
En nuestra época, los procesos de justicia están sujetos a leyes que procuran evitar la tortura y otros actos crueles e inhumanos. Se deben hacer pruebas, hablar con testigos y reunir evidencia y tomar la declaración de los acusados, antes de que un juez dicte la sentencia.
Estos procesos son largos y tediosos, con muchos obstáculos en el camino; pero sin duda, por más que nos parezca que la justicia es defectuosa, no querríamos pasar por los juicios de hace 500 años.
Según la ley, una persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario; y el castigo viene después del juicio, pero antes esto no era así. Durante la Edad Media, pareciera que el castigo formaba parte del juicio, pues con tal de hacer hablar a una persona, se recurría a diversos y creativos métodos de tortura.

Uno de estos es el “Juicio de Dios”, también llamado “ordalía”.
Se trataba de un método muy extraño para “detectar” mentiras y probar la inocencia del acusado; quien debía someterse a una prueba peligrosa, si salía con vida es que era inocente. Se creía que las fuerzas divinas actuaban para mantener la justicia, y que si el sospechoso no terminaba tan lastimado era porque Dios había impedido el castigo.
Este procedimiento fue utilizado del siglo IX al siglo XII en la Edad Media y era muy popular pues se consideraba el método más eficaz para resolver conflictos que carecían de pruebas y testigos. Las ordalías se usaban principalmente en casos de brujería o en conflictos sociales. Las había de varios tipos, muchas involucraban fuego o altas temperaturas; también sumersiones en agua y hasta duelos.

Una era la “ordalía al rojo vivo” que se realizaba en la India. Consistía en hacer que el acusado tomara un baño mientras se hacían otros rituales religiosos. Luego, el acusado debía frotar sus manos con salvado, poner 7 hojas de higuera sobre sus palmas y envolver sus manos con seda también siete veces. Posteriormente le entregaban un hierro al rojo vivo y debía trazar 7 círculos, cada uno más grande que el anterior, si al final no tenía ninguna quemadura en sus manos significaba que era inocente.
Otra popular era la “ordalía del agua hirviendo” en la cual el acusado debía ser capaz se soportar las altas temperaturas del agua y ademas salir ileso. Si era inocente, Dios evitaría que su cuerpo se quemara.
Y la “ordalía del agua roja” consistía en que el sospechoso debía ayunar 12 horas y luego consumir una pequeña cantidad de arroz para luego beber 4 o 5 litros de un agua roja. Esta agua era una infusión de una corteza de árbol, a eso debía su color rojizo. Si la persona vomitaba todo lo ingerido entonces demostraba su inocencia; pero si no vomitaba el arroz o por el contrario, tenía un efecto laxante, entonces era condenado.

Estos absurdos métodos para revelar la verdad estaban muy condicionados por el pensamiento religioso de la época.
En la Edad Media se creía que Dios tenía el poder sobre todas las cosas, ya sea espirituales o materiales; y que ayudaría a los inocentes a salir con bien pero no lo haría con los culpables. De hecho, los sacerdotes eran los encargados de aplicar los castigos, pues ellos eran vistos como una representación tangible de Dios.
Es por eso que muchos acusados confesaban sus crímenes antes de comenzar su “proceso penal”, que era una tortura. Preferían asumir su culpa y aceptar el castigo final para no pasar por el método cruel de revelación de verdad; solo tomaban con resignación el castigo por su crimen.
Por otra parte, también se creía que si por algún motivo alguien inocente sufría una lesión durante la tortura, Dios haría justicia y encontraría la forma de evitar que el castigo recayera en él. De esta manera también se demostraría la inocencia del acusado.

Afortunadamente esta y otras prácticas han quedado en el pasado, pero es difícil pensar en cuántas personas inocentes recibieron un castigo por un crimen que no cometieron, solo por no poder soportar la tortura.