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Allapp

El día que el techo de un avión explotó a 7 000 metros de altura

abril 5, 2022

Este desafortunado accidente ayudó a mejorar el sistema de mantenimiento y seguridad de los aviones.

Viajar en avión se ha convertido en una de las maneras de viajar más seguras y populares en estos últimos años. Pero este no siempre fue el caso, en el pasado los accidentes aéreos eran más comunes; afortunadamente las aerolíneas han aprendido de sus errores y aumentaron sus estándares de calidad, servicio y mantenimiento.

Pero algo que sigue siendo factible en la actualidad es que cuando un accidente de avión ocurre, que son súper raros, tienden a ser fatales.

El 28 de abril de 1988, con seis miembros de la tripulación y 89 pasajeros a bordo, el vuelo 243 de Aloha Airlines partió del Aeropuerto Internacional de Hilo en Hawái  hacia Honolulu, la capital del estado. La aerolínea utilizó un Boeing 737, un modelo económico y el de menor coste operativo del mercado.

La aeronave ya había sido utilizada por un largo tiempo en la aerolínea con un total de 90.000 ciclos de vuelo. Es decir, que el avión ya había hecho casi 90.000 viajes antes de este, por lo tanto el número de viajes de la nave estaba muy por encima del promedio para el  que había sido diseñada. Sus condiciones no eran las mejores y se trataba claramente de un avión viejo y sobreexplotado.

Antes del despegue el equipo realizó un análisis de toda la nave y no encontró nada que pudiera indicar fallas o problemas. El tiempo fue estupendo, sin ningún contratiempo meteorológico en la región. Y como el Boeing ya había realizado otros vuelos con la misma ruta no pensaron que este saliera de la rutina.

Todo había empezado bien. El despegue fue normal, la aeronave alcanzo la altitud normal de 24.000 pies, el equivalente a 7.300 metros. Pero durante el crucero todo cambio.

Una parte del fuselaje se rompió y la descompresión explosiva provocó que un área de casi 6 metros del techo del avión quedara al descubierto. El piloto y los pasajeros de primera clase pudieron ver claramente el cielo.

Como los pasajeros tenían puestos sus cinturones de seguridad ninguno salió volando, pero ese no fue el caso de la azafata Clarabelle Lansing de 58 años, que estaba atendiendo el servicio de comida. Cuando el techo se desprendió ella fue succionada violentamente. Su cuerpo nunca fue encontrado.

Al darse cuenta de la gravedad del caso, la tripulación inicio de inmediato un descenso de emergencia a una altura donde se pudiera respirar sin máscaras de oxígeno. Pero al descender descubrieron que el motor 1 había fallado debido a la ingestión de restos del fuselaje.

Aun con todos estos problemas, los pilotos lograron aterrizar en el aeropuerto de la isla Maui 10 minutos después de la explosión.

El recuento de los daños dio como resultado un total de 65 personas heridas, 8 de gravedad, una muerte y la pérdida total de la aeronave.

Las investigaciones concluyeron que el percance sucedió a la fatiga del metal por la gran cantidad de viajes. El problema se agravó por el mantenimiento deficiente y porque el avión siempre operó en un ambiente costero, lo que significaba una constante exposición a la sal y humedad del clima.

Al final este terrible desastre contribuyó a que las aerolíneas adoptaran medidas más estrictas con respecto al control de seguridad, limitando la cantidad de ciclos de vuelo que puede tener un avión, así como monitorear de cerca las aeronaves que se utilizan más.

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