
Hace casi 100 años, apareció publicado un artículo que contaba una historia muy particular. El 3 de enero de 1931, el diario de Modesto, California News Herald compartió “El misterio del ermitaño de la cueva de Loltún”, donde narraba el encuentro entre Robert Stacy-Judd, un arquitecto, con un antiguo ermitaño maya.
Stacy-Judd tenía la palabra aventura adherida a su ADN y es que el arquitecto inglés estaba muy involucrado en la exploración, formó parte del movimiento arquitectónico “Mayan Revival” que floreció en los años 20 y 30 del siglo XX.
El renacimiento maya tomaba como inspiración el arte y la arquitectura de las civilizaciones mesoamericanas precolombinas. Una de sus aportaciones más conocidas, es el Aztec Hotel, construido en 1924 en la ruta 66 en el Valle de San Gabriel en California.

Rober era un apasionado de la cultura maya, constante emprendía expediciones para explorar a la civilización y ver qué encontraba en los escritos antiguos.
La cueva de Loltún (palabra que significa en maya “flor de piedra”) fue una de las paradas del aventurero arquitecto. Para ello, viajó a la península de Yucatán, a unos 5 kilómetros al sur de la ciudad mexicana de Oxkutzcab.

La cueva tiene varios elementos arqueológicos como pinturas murales datadas del período Preclásico Tardío de la civilización maya, y quizás esto llevó a Stacy-Judd a querer explorar la cueva de Loltún.
Era la quinta vez que él intentaba cubrir el territorio subterráneo, por lo que esa ocasión decidió comenzar su expedición al lado de tres guías lugareños que pudieran encontrar el camino de vuelta.

Stacy-Judd apostó por una estrategia diferente, en la parte donde todavía había visión directa de la cueva con iluminación natural, puso a un guía; al internarse más profundamente dejó al segundo guía con un rango importante para poder escuchar su voz; finalmente y con todavía mucho por recorrer, decidió hacerlo con el último guía.
La tragedia comenzó cuando una roca se desprendió del techo, muy cerca de donde estaban los dos exploradores, afortunadamente e no estuvieron en peligro, pero el ruido que causó la caída hizo que el primer guía se moviera para corroborar que había pasado.
A partir todo se complicó, había perdido a su punto de referencia para la salida, cuando se unieron en un mismo lugar, los cuatro empezaron su camino de vuelta para la salida.
Mientras seguían caminando, Stacy-Judd atravesó una abertura estrecha con dificultad y se encontró un rostro y una silueta humana con una leve luz mientras se alzaba en un montón de rocas.
Según el inglés, se trataba de un anciano con un manto blanco con una calabaza de peregrino cubriendo su cabeza. Al verlo, decidió llamar a sus guías para ver si hablaban el mismo idioma.
Aunque el maya y el inglés son muy diferentes, por medio de signos, los exploradores le comunicaron que era un sacerdote maya que custodiaba un tesoro y lo más sorprendente es que tenía 1,000 años de edad.

Con algo de incredulidad, Robert trató de creerle pero no le calculaba más de 100 años. La buena noticia llegó cuando el anciano se dio cuenta que estaban perdidos por lo que los llevó al exterior de la cueva. Cuando volvieron a la civilización, el arquitecto escribió que al momento de salir de la cueva “tomó tantas fotografías como vídeos del sacerdote” y que antes de despedirse, “deslizó algunas monedas en sus gastadas manos, no como recompensa, sino como una expresión de aprecio”.
Como son todas las leyendas, el viejo sacerdote maya nunca volvió a ser visto luego de que regresó a su cueva.