Son tiempos de gu3rra y cuando se está luchando por imponer una ideología en el mundo todo se vale. Fue en el contexto de la Guerr4 Fría donde sucede nuestra historia. Aparentemente el bando soviético perpetró uno de los experimentos más atroces de la historia humana. ¿Y si conseguimos soldados que no tengan que dormir?
Alrededor de los años 40, en algún lugar de Europa del Este, los científicos soviéticos comenzaron a experimentar con un gas cuyos efectos podían suprimir la necesidad de dormir en los humanos.
En el contexto de esos años, los gulags y campos de trabajo forzados que operaron en Rusia estaban llenos de presos políticos que habían cometido traición. Los investigadores vieron en este lugar una fuente de “voluntarios”.
Durante la Gu3rra Fría, la Unión Soviética permitió un horrible experimento: un gas que podría inhibir la necesidad de dormir en el ser humano.
El equipo busco 5 prisioneros a los que les prometieron que si participaban en el experimento durante 30 días serían liberados.
Fueron llevados a un sótano en una base secreta Soviética. En dicho lugar se había construido una cámara que podía sellarse y en cuyo interior se desarrollaría el experimento.
Una vez dentro la tarea era muy “sencilla”. Debían permanecer ahí, y si conseguían no cerrar los ojos y caer dormidos serían liberados. Los científicos cerraron la puerta y activaron la liberación del gas dentro de la cámara hermética. El atroz experimento había empezado.
¿Qué ocurrió durante el experimento?
Los sujetos estaban encerrados en una pequeña estancia con agua corriente, comida y libros y que, pese a estar sellada, estaba monitorizada constantemente, con los científicos midiendo los niveles de oxígeno y de gas, con micrófonos en el interior para escuchar lo que sucedía, con una cámara que permitía ver la práctica totalidad del interior y unas pequeñas ventanas.
Los primeros días del experimento transcurrieron con relativa normalidad. Los sujetos, bajo la influencia del gas, estaban resistiendo sin dormir y sin dar señales negativas por falta de sueño. Hablaban entre ellos acerca de su vida, de sus aficiones y de lo que harían con su familia al salir de ahí. Parecían encontrarse animados, pues cada vez veían más cerca su ansiada libertad. Solo tenían que seguir despiertos.
Pero todo empezó a cambiar al quinto día. Las conversaciones entre ellos se volvieron mucho más oscuras. Ya no hablaban acerca de sus sueños. Todo se centraba en sus miedos, la gu3rra, la mu3rte y las atrocidades que habían presenciado durante la Segunda Gu3rra Mundial. Aún así, los científicos no le dieron mayor importancia. Sería simplemente el sueño…
Pero unas pocas horas después, empiezan a dar señales de psicosis. Repentinamente, se vuelven paranoicos entre ellos, se dejan de hablar, empiezan a susurrar cosas inentendibles a los micrófonos y se paran durante horas delante de las ventanas, sin expresión. Los investigadores, sin embargo, siguen sin saber si es efecto del gas o de la falta de sueño. Así que siguen adelante.
El comportamiento extraño continúa hasta que, llegados al día 9, emerge el más puro terror. Uno de los sujetos empieza a gritar con todas sus fuerzas, con el grito más desgarrador que los científicos habían escuchado en toda su vida. Estuvo gritando sin parar durante más de cuatro horas mientras corría por toda la cámara. Pero esto no fue lo que más inquietó a los investigadores. Lo que realmente heló su s4ngre fue ver cómo los otros sujetos no reaccionaron ante esa escena. Era una apatía total.
Pero, de repente, silencio. El sujeto deja de gritar. Se ha roto las cuerdas vocales. En ese momento, los otros prisioneros se levantan y empiezan a arrancar las páginas de los libros y a defecarse en ellas. Los científicos, ya totalmente aterrados, no entienden nada. Hasta que los prisioneros llegan a la ventana con las hojas empapadas en su excrement0 para engancharlas hasta cubrir toda la superficie. Los investigadores ya no tienen forma de ver qué está ocurriendo dentro. Piensan que todavía quedan las cámaras, pero no estaban preparados para lo que vendría ahora.
Absoluto silencio.
Ya no se escucha ni siquiera respirar a los sujetos y tampoco se ven en las cámaras. Era como si dentro no hubiera nadie. Cinco personas en absoluto silencio y sin moverse, justo en el ángulo muert0 de la cámara. Pero los niveles de oxígeno indican que están respirando. Están ahí. Pero no los ven ni los escuchan.
Los días continuaron y el silencio persistía. Hasta que llegó el día 15. Los científicos no querían interrumpir, pero necesitaban saber si seguían despiertos. Por ello, por primera vez usaron la audifonía para decirles que iban a abrir, que se apartaran de la puerta y que se tumbaran en el suelo, que de lo contrario serían disparad0s y que si cumplían, uno de ellos sería liberado. No hubo respuesta. El silencio más absoluto.
Pero cuando los investigadores empezaban a creer que los sujetos habían muerto, ese silencio que se había prolongado seis días se cortó. Uno de ellos respondió, con una voz calmada y susurrando al micrófono: “Ya no queremos ser liberados”.
Era la madrugada del decimoquinto día. Y los científicos, aterrados por aquel mensaje, llamaron a los soldados soviéticos de las instalaciones. Una vez con ellos, abrieron la compuerta y dejaron que los restos del gas salieran. Pero en cuanto eso pasó, los sujetos empezaron a gritar, suplicando más gas. Y en cuanto la niebla se desvaneció pudieron ver el horror que estaba escondiendo esa cámara.
En el suelo había un cadáver medio devorado y el resto de sujetos se habían arrancado la piel y los músculos del pecho, dejando ver los órganos internos. Todas estas lesi0nes eran autoinflingidas y se estaban comiendo sus propios órganos, con los restos de los mismos flotando en un charco de sangr3. Y todo esto mientras gritaban de desesperación por recibir más gas.
Y en cuanto los soldados se acercaron, empezó la brutal1dad. Los sujetos, que parecían tener una fuerza sobrehumana, se abalanzaron sobre ellos, matando a dos soldados. A uno le cortar0n el cuell0 y el otro mur1ó desangrado después de que la arrancaran a bocados sus gen1tales. Los otros pudieron someter a los cuatro sujetos y les inyectaron una dosis de morfina diez veces superior a la necesaria para dormir a una persona, pero seguían gritando y resistiéndose.
Finalmente, fueron sedados y atados a una cama para así llevarlos al quirófano.
Una vez ahí, intentaron operar a uno de los sujetos, pero en cuento le inyectaron la anestesia, su corazón se detuvo y mur1ó. Fue entonces cuando los científicos, ante la perplejidad de los médicos, dijeron que a los siguientes los operaran sin anestesia. Estos cumplieron las órdenes.
Y el siguiente sujeto no solo resistió la operación de 6 horas sin anestesia, sino que durante todo el tiempo que duró, mantuvo la mirada a la enfermera, sonriendo en todo momento. Parecía que quería decirles algo, pero no podía. Era el prisionero que se había roto las cuerdas vocales. Así que la enfermera le dejó un papel y este escribió: “sigan cortando”.
En cuanto terminaron con el otro sujeto y viendo su estado, los investigadores pidieron la eutanasia para ellos. Pero un agente de la KGB, viendo su fuerza sobrehumana y su resistencia al dolor, se dio cuenta de que sí que podían crear unos súper soldados que tejieran un ejército que iba a permitir a la Unión Soviética dominar el mundo. Así que ordenó que pusieran a los dos sujetos que quedaban de nuevo dentro de la cámara. Esta vez atados y perfectamente monitorizados.
A pesar de que no estuvieran de acuerdo, los científicos aceptaron. Y una vez dentro de la cámara de gas, los sujetos se calmaron. Pero algo extraño sucedió. El electroencefalograma de uno de los sujetos empezó a mostrar muchísima actividad repentina, pero sin previo aviso se detuvo. El hombre había muert0 al caer dormido. No es que no pudieran dormir. Es que el sueño los mat4ba.
Solo quedaba uno. Y no podía m0rir. Era la última esperanza de la Unión Soviética para encontrar el modo de tener a su ejército. Así pues, el comandante ordenó a los investigadores a encerrarse con él para atenderlo y evitar que cayera dormido. Pero uno de los científicos, aterrado, d1sparó al comandante y al sujeto entre los ojos. Pero este último no mur1ó. Seguía vivo mirando fijamente al investigador, que acababa de arruinar su vida.
El científico se posó delante de él y le preguntó que quién era. El sujeto, con un hilo de voz, le dijo lo siguiente: “¿Acaso lo has olvidado? Somos ustedes. Somos la locura que acecha en su interior, suplicando ser liberada. Somos aquello de lo que se esconden cada noche. Somos lo que los calla y paraliza en la profundidad de la oscuridad. Somos el mal que se oculta en sus sueños”.
El científico, presa del miedo, volvió a d1sparar, ahora en el corazón. Y mientras el sonido del electroencefalograma indicaba que el sujeto estaba mur1endo, este, en sus últimas palabras dijo: “Casi… Libre”. El experimento ruso del sueño había terminado.